martes, 12 de enero de 2016

Naomi & Liv.

Me gustó desde que la vi andando por el campus, de la mano de ese rubio al que le prestaba tan poca atención pero del que no se despegaba ni un maldito segundo. Deduje que no eran los hombres los que le atraían por la forma que tuvo de sonrojarse cuando aquella pelirroja se acercó a devolverle lo que se le había caído. Se veía tan adorable con su suéter rosa que me dieron ganas de abrazarla y achucharla hasta cansarme.
Nunca antes la había visto por allí, pero desde ese día me la cruzaba por todas partes. Varias veces coincidimos en reprografía, amaba su forma de mirarme disimuladamente por el rabillo del ojo. Recuerdo que a veces le dedicaba una sonrisa lobuna para ver cómo reaccionaba y siempre me quedaba con las ganas de ver esas mejillas en tonos rosas más tiempo antes de que ella se tapara el rostro con su melena rubia. El día que vi sus ojos de cerca me fascinaron, me quedé sin palabras y me faltó el pelo de un calvo para empezar a babear. Por suerte, a mi lado se encontraba mi mejor amigo y él sí que supo cómo iniciar una conversación para que yo saliera de mi profundo trance y dejara de ahogarme en esos ojos azul océano. Aquello fue solo una conversación de cinco minutos en la que yo no fui capaz de abrir la boca para decir nada, notaba como su voz acariciaba cada centímetro de mi ser y me quedé totalmente en blanco, pero fui demasiado descarada como para utilizar ese momento como escusa para saludarla cada vez que la veía.
Aprendí a relajarme, a calmar mis hormonas y cuando esperaba para que me dieran mis fotocopias me atreví a hablar con ella. Estaba tremendamente orgullosa de que fuera a mí a quien se dirigía, amé cada segundo de atención que obtuve de ella y me supo a poco. Necesitaba más, no estaba dispuesta a que aquello se acabara con un simple "Sí, bueno... Hasta luego" que claramente no significaba mucho.
Conseguí mover los suficientes hilos como para que el manipulable de Josh montara una fiesta universitaria e invitara a las suficientes personas como para que nadie sospechara. Obligué a Luke, mi mejor amigo, a que fuera a decírselo a ella para que apareciera en la fiesta. Era un plan perfecto, yo me la encontraría por casualidad y de ahí surgiría una bonita amistad que terminaría en algo más bonito todavía. Pero algo salió mal, apareció de la mano del rubio que siempre la acompañaba, en ningún momento se me pasó por la cabeza que aquello pudiera ocurrir. Yo podría enfrentarme a hablar con ella a solas, pero no con los dos. Así que tuve que agilizar un poco las cosas; en cuanto vi que él se alejaba un poco la sujeté de la muñeca y, con toda la delicadeza que me vi capaz de mostrar, la arrastré hasta la habitación más cercana.
Su mirada cambió del horror a la confusión y finalmente se sonrojó al notar lo cerca que nos encontrábamos. Podía sentir su acelerada respiración, veía como su pecho subía y bajaba. Me sentía plena al ver que no apartaba sus ojos de los míos y quise besarla. Quise probar sus labios hasta que saliera el sol, o tal vez más. Quería abrazarla, acariciar cada una de sus curvas, que me mostrara su sonrisa millones de veces, quería enredar mis dedos en su cabello, tocar su delicada piel y dedicarle una y mil canciones. Quería hacer tantas cosas que ni siquiera me di cuenta de que aquello no sería posible si ella no colaboraba. Detrás de toda esa delicadeza, de los sonrojos y las miradas de reojo se encontraba una Naomi ruda dispuesta a ponerme las cosas difíciles.
Pero aquí está, tendida sobre mi cama, envuelta en mis sábanas y probablemente soñando conmigo (Nunca dije que no fuera una egocéntrica). Después de dos meses madrugando más de lo razonable para llegar a su casa con una caja de donuts y un chocolate caliente, después de acompañarla al gimnasio por la tarde durante casi sesenta días para quemar lo que había comido por la mañana y de recoger sus fotocopias cuando me lo pedía; Naomi se apiadó de mí. Ya no me importaba poner el despertador por las noches porque sabía que a la mañana siguiente la vería y que había una posibilidad remota de que me agradeciera el desayuno con un beso, aunque yo con sus sonrisas me conformaba. Y no, no me la he llevado a la cama, vino por su propio pie. Pero eso no es lo peor, sino que he sido yo la que ha terminado durmiendo en el sofá porque de buena soy tonta y claramente no la iba a dejar en la calle cuando apareció en mi portal para decirme que había perdido las llaves de su piso.
Y la creí hasta esta mañana, cuando por accidente he tropezado con su bolso y ha salido algo peculiar, algo metálico que encaja perfectamente con la cerradura de su apartamento.
Juego con sus llaveros con mi mano derecha y desvío mi vista de la ventana cuando escucho el crujir de mi cama.
- Vaya, las has encontrado. -Sonríe tallándose los ojos.- Está claro que a ninguna de las dos se nos da bien hacer planes de conquista porque el mío tampoco ha salido bien.
- ¿Y quién dice que el mío salió mal? -Me acerco despacio hasta el borde del colchón.
- Llevas dos meses tratándome como si fuera una reina y ni siquiera te he dado nada a cambio.
Y era una reina, mi reina.
- Yo no lo veo así, estás sentada en mi cama, con la camiseta de mi pijama y ahora mismo toda tu atención se está centrando en mí.
- Tienes razón, entonces el único plan que ha salido mal ha sido el mío, no esperaba tanta caballerosidad de tu parte como para que te fueras a dormir al sofá.
Subo de rodillas a la cama y me arrastro hasta llegar a su lado. Noto como se pone nerviosa pero intenta disimularlo, sujeta con fuerza su dedo meñique con los dedos de la mano derecha y me mira precavida, estudiando todos mis movimientos para intentar averiguar cuál será el siguiente.
- Sabes, no me gusta que utilicen la palabra caballerosidad cuando se trata de mí. ¿Las mujeres no podemos tener modales?
Sonríe relajándose y mirándome a través de sus pestañas. Es la cosa más bonita que he visto en mi vida y ni siquiera la he probado.
- Las morenas sois muy gruñonas.
Levanto una ceja sorprendida e inmediatamente frunzo mi ceño, siento una punzada de celos y envidia (o más bien egoísmo), no quiero que me meta en un saco con más gente. Yo quiero ser única y suya. Su morena para el resto de mis días.
- Y las rubias sois todas muy delicadas.
- Me gusta que seas gruñona. -Acerca su dedo índice hasta mi nariz y le da un leve toque que hace que sonría.
- Yo no soy gruñona, pero tú sí que pareces de porcelana. Estoy pensando en envolverte en plástico de burbujas por si te rompes.
- No querrás comprobar lo delicada que puedo llegar a ser.
No me tomaba en serio sus insinuaciones porque la veía demasiado inocente. Pero para nada me esperaba a una Naomi impaciente, una que se atreviera a tirarse sobre mí para darme eso que tanto había esperado.
- No te vas a escapar hasta que salde mi deuda por todos los donuts que me he comido durante todas estas semanas. -Suspiro y pero no llego a decir nada más porque posa otra vez sus labios sobre los míos cuando termina de hablar.
- No me voy a ir, no quiero estar en otro lugar ni momento que estos.
Sonríe y pasa su pierna izquierda sobre las mías para sentarse en mi regazo.
Y entonces comprendo que una caja de donuts diaria con su chocolate caliente, y unas horas de gimnasio son un precio demasiado barato para lo que es capaz de provocar en mí.

- Te lo ganaste, Liv. 

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