Me gustó desde que la vi andando
por el campus, de la mano de ese rubio al que le prestaba tan poca atención
pero del que no se despegaba ni un maldito segundo. Deduje que no eran los
hombres los que le atraían por la forma que tuvo de sonrojarse cuando aquella
pelirroja se acercó a devolverle lo que se le había caído. Se veía tan adorable
con su suéter rosa que me dieron ganas de abrazarla y achucharla hasta
cansarme.
Nunca antes la había visto por
allí, pero desde ese día me la cruzaba por todas partes. Varias veces
coincidimos en reprografía, amaba su forma de mirarme disimuladamente por el
rabillo del ojo. Recuerdo que a veces le dedicaba una sonrisa lobuna para ver
cómo reaccionaba y siempre me quedaba con las ganas de ver esas mejillas en
tonos rosas más tiempo antes de que ella se tapara el rostro con su melena
rubia. El día que vi sus ojos de cerca me fascinaron, me quedé sin palabras y
me faltó el pelo de un calvo para empezar a babear. Por suerte, a mi lado se
encontraba mi mejor amigo y él sí que supo cómo iniciar una conversación para
que yo saliera de mi profundo trance y dejara de ahogarme en esos ojos azul
océano. Aquello fue solo una conversación de cinco minutos en la que yo no fui
capaz de abrir la boca para decir nada, notaba como su voz acariciaba cada
centímetro de mi ser y me quedé totalmente en blanco, pero fui demasiado
descarada como para utilizar ese momento como escusa para saludarla cada vez
que la veía.
Aprendí a relajarme, a calmar mis
hormonas y cuando esperaba para que me dieran mis fotocopias me atreví a hablar
con ella. Estaba tremendamente orgullosa de que fuera a mí a quien se dirigía,
amé cada segundo de atención que obtuve de ella y me supo a poco. Necesitaba
más, no estaba dispuesta a que aquello se acabara con un simple "Sí,
bueno... Hasta luego" que claramente no significaba mucho.
Conseguí mover los suficientes
hilos como para que el manipulable de Josh montara una fiesta universitaria e
invitara a las suficientes personas como para que nadie sospechara. Obligué a
Luke, mi mejor amigo, a que fuera a decírselo a ella para que apareciera en la
fiesta. Era un plan perfecto, yo me la encontraría por casualidad y de ahí
surgiría una bonita amistad que terminaría en algo más bonito todavía. Pero
algo salió mal, apareció de la mano del rubio que siempre la acompañaba, en
ningún momento se me pasó por la cabeza que aquello pudiera ocurrir. Yo podría
enfrentarme a hablar con ella a solas, pero no con los dos. Así que tuve que
agilizar un poco las cosas; en cuanto vi que él se alejaba un poco la sujeté de
la muñeca y, con toda la delicadeza que me vi capaz de mostrar, la arrastré
hasta la habitación más cercana.
Su mirada cambió del horror a la
confusión y finalmente se sonrojó al notar lo cerca que nos encontrábamos.
Podía sentir su acelerada respiración, veía como su pecho subía y bajaba. Me
sentía plena al ver que no apartaba sus ojos de los míos y quise besarla. Quise
probar sus labios hasta que saliera el sol, o tal vez más. Quería abrazarla,
acariciar cada una de sus curvas, que me mostrara su sonrisa millones de veces,
quería enredar mis dedos en su cabello, tocar su delicada piel y dedicarle una
y mil canciones. Quería hacer tantas cosas que ni siquiera me di cuenta de que
aquello no sería posible si ella no colaboraba. Detrás de toda esa delicadeza,
de los sonrojos y las miradas de reojo se encontraba una Naomi ruda dispuesta a
ponerme las cosas difíciles.
Pero aquí está, tendida sobre mi
cama, envuelta en mis sábanas y probablemente soñando conmigo (Nunca dije que
no fuera una egocéntrica). Después de dos meses madrugando más de lo razonable
para llegar a su casa con una caja de donuts y un chocolate caliente, después
de acompañarla al gimnasio por la tarde durante casi sesenta días para quemar
lo que había comido por la mañana y de recoger sus fotocopias cuando me lo
pedía; Naomi se apiadó de mí. Ya no me importaba poner el despertador por las
noches porque sabía que a la mañana siguiente la vería y que había una
posibilidad remota de que me agradeciera el desayuno con un beso, aunque yo con
sus sonrisas me conformaba. Y no, no me la he llevado a la cama, vino por su
propio pie. Pero eso no es lo peor, sino que he sido yo la que ha terminado
durmiendo en el sofá porque de buena soy tonta y claramente no la iba a dejar
en la calle cuando apareció en mi portal para decirme que había perdido las
llaves de su piso.
Y la creí hasta esta mañana,
cuando por accidente he tropezado con su bolso y ha salido algo peculiar, algo
metálico que encaja perfectamente con la cerradura de su apartamento.
Juego con sus llaveros con mi
mano derecha y desvío mi vista de la ventana cuando escucho el crujir de mi
cama.
- Vaya, las has encontrado.
-Sonríe tallándose los ojos.- Está claro que a ninguna de las dos se nos da
bien hacer planes de conquista porque el mío tampoco ha salido bien.
- ¿Y quién dice que el mío salió
mal? -Me acerco despacio hasta el borde del colchón.
- Llevas dos meses tratándome
como si fuera una reina y ni siquiera te he dado nada a cambio.
Y era una reina, mi reina.
- Yo no lo veo así, estás sentada
en mi cama, con la camiseta de mi pijama y ahora mismo toda tu atención se está
centrando en mí.
- Tienes razón, entonces el único
plan que ha salido mal ha sido el mío, no esperaba tanta caballerosidad de tu
parte como para que te fueras a dormir al sofá.
Subo de rodillas a la cama y me
arrastro hasta llegar a su lado. Noto como se pone nerviosa pero intenta
disimularlo, sujeta con fuerza su dedo meñique con los dedos de la mano derecha
y me mira precavida, estudiando todos mis movimientos para intentar averiguar
cuál será el siguiente.
- Sabes, no me gusta que utilicen
la palabra caballerosidad cuando se
trata de mí. ¿Las mujeres no podemos tener modales?
Sonríe relajándose y mirándome a
través de sus pestañas. Es la cosa más bonita que he visto en mi vida y ni
siquiera la he probado.
- Las morenas sois muy gruñonas.
Levanto una ceja sorprendida e
inmediatamente frunzo mi ceño, siento una punzada de celos y envidia (o más
bien egoísmo), no quiero que me meta en un saco con más gente. Yo quiero ser
única y suya. Su morena para el resto de mis días.
- Y las rubias sois todas muy
delicadas.
- Me gusta que seas gruñona.
-Acerca su dedo índice hasta mi nariz y le da un leve toque que hace que
sonría.
- Yo no soy gruñona, pero tú sí
que pareces de porcelana. Estoy pensando en envolverte en plástico de burbujas
por si te rompes.
- No querrás comprobar lo
delicada que puedo llegar a ser.
No me tomaba en serio sus
insinuaciones porque la veía demasiado inocente. Pero para nada me esperaba a
una Naomi impaciente, una que se atreviera a tirarse sobre mí para darme eso
que tanto había esperado.
- No te vas a escapar hasta que
salde mi deuda por todos los donuts que me he comido durante todas estas
semanas. -Suspiro y pero no llego a decir nada más porque posa otra vez sus
labios sobre los míos cuando termina de hablar.
- No me voy a ir, no quiero estar
en otro lugar ni momento que estos.
Sonríe y pasa su pierna izquierda
sobre las mías para sentarse en mi regazo.
Y entonces comprendo que una caja de donuts diaria con su
chocolate caliente, y unas horas de gimnasio son un precio demasiado barato
para lo que es capaz de provocar en mí.
- Te lo ganaste, Liv.
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